La rutina de Solbei Villamizar (Venezuela, treinta y nueve años) y su hijo de catorce años es la misma todos los sábados. Enciende la moto antes de las 7:00 a.m., monta dos cestas sobre el vehículo a dos ruedas, acomoda bolsas, bolsitas, bolsones en las manos, entre ella y el hijo, en los espacios libres, en donde quepan, y echan a rodar.
Recorre en su moto dos kilómetros y medio, los que separan su casa del mercado, para vender las cosechas que logra en su hogar. A veces hace un viaje, a veces dos, y cada ocho días recoge entre diez y ocho dólares, que representan un ingreso extra que ayuda a su familia.
Solbei no solo es agroproductora —en su casa tiene un terreno propio en donde siembra frijoles, cilantro, entre otros— sino que también es comercializadora de su trabajo, la encargada de la distribución de su cosecha. Con su moto, su hijo y sus cestas, se ocupa de este eslabón fundamental en la cadena de producción que, en otros rincones de la región y hasta de su país, se hace de diversas maneras.
Los retos de Solbei en Venezuela son similares a los que se enfrentan los cuatro proyectos agroecológicos que entrevistamos para esta investigación. En México, Ecuador, Perú y Argentina se presentan desafíos particulares de acuerdo a las características propias de su organización.
En Ecuador, Eduardo Flor es coordinador administrativo de la empresa AgroAzuay, que produce y comercializa legumbres, vegetales y frutas agroecológicas. Él se encarga de comercializar lo que le ofrecen los productores con los que trabaja. Lo hace con un camión grande que tiene música propia. Al ritmo de “vecino, vecina, te vengo a ofrecer estos productos del Azuay”, vende canastas de hortalizas, verduras, trucha, leche y pan.
En Perú, Rodrigo Montañez, emprendedor de Paccha Natural, un negocio familiar de miel y algarrobo; tiene un sistema de distribución virtual, mediante Instagram y Whatsapp, donde coordina con su comprador la entrega. El mismo sistema lo había utilizado Aremi Chan Jiménez, agroproductora mexicana, y Daniela Mussali, una de las gestoras de “Cultiva: Alternativas de Regeneración», hasta que decidieron colaborar con una plataforma de comercialización para aumentar sus ventas.
En Argentina, la Unión de Trabajadores de la Tierra (UTT) tiene una comercializadora propia que trabaja con camiones contratados a personas fuera de la asociación para hacer llegar los productos a los puntos de entrega que tienen distribuidos por el país. Estos camiones suelen manejarse de manera informal, sin papeles y con códigos machistas del pasado, pues creen que las mujeres no son capaces de realizar trabajos físicos ni manejar vehículos.