Mujeres de la tierra, Mujeres de la periferia: las mujeres de las malas ideas

Fotoreportaje: Bicky Ramírez   •  Coordinación: Arantza García

“Aquí somos conocidas como las mujeres de las malas ideas, porque dicen que hacemos que las mujeres abandonen a sus maridos”, mencionó una de las integrantes de Mujeres de la tierra, Mujeres de la periferia, un colectivo en Milpa Alta, una alcaldía de Ciudad de México, que se dedica a sembrar, cosechar y generar alimentos para tener independencia económica y salir de la violencia que viven.

Un colectivo que lucha desde la soberanía alimentaria, los saberes ancestrales y la resistencia de las mujeres

mujeres de la tierra

El colectivo conformado por cuatro hermanas y dos vecinas de la comunidad del pueblo de Santa Ana Tlacotenco, perteneciente al municipio de Milpa Alta en la Ciudad de México, inició como respuesta al desempleo que trajo consigo la pandemia y el confinamiento. Chío, integrante del colectivo y la única de las hermanas que logró concluir sus estudios en psicología, fue quien impulsó a sus hermanas a trabajar la tierra y el maíz. La compañera reconoce que el permanecer unidas y buscar ayudar a otras mujeres les ha traído problemas en su comunidad, así como con sus parejas. Pese a que han sido agredidas en repetidas ocasiones, ellas no se dan por vencidas.

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El reconocimiento que el colectivo ha adquirido en poco tiempo las ha llevado a innovar en los ingredientes que forman parte de sus alimentos. Una de estas innovaciones es la variedad de opciones veganas: tlacoyos y gorditas de espinacas, habas, papa, frijol o requesón; tamales de guayaba o ensaladas de nopalitos con elotes. Ellas aseguran que sus consumidores pueden solicitar el guiso de su preferencia, con la garantía de que todos los alimentos son preparados de forma natural, sin ningún tipo de conservadores y con ese particular sabor que adquieren los alimentos cuando se guisan con el fuego de la leña.

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El ambiente que se desprende en el taller de las compañeras del colectivo me hizo recordar mi infancia, sobre todo cuando una de las compañeras me mostró una olla llena de maíz azul cocido. Entonces vino a mi mente mi abuela “Chuchita”, una mujer oaxaqueña quien en vida también cocía el maíz con cal. Muy temprano mi abuela iba al molino, llegaba a su casa y terminaba de hacer la masa para los tamales, agregándole manteca, agua y sal. Lamentablemente mi abuela siempre fue reconocida por ser una “buena mujer”, hasta el último día de su vida. Ojalá mi abuela también hubiera encontrado una red de apoyo de mujeres que luchan y trabajan. Ojalá mi abuela también hubiera tenido malas ideas.

Las compañeras del colectivo explican que, afortunadamente, han logrado ser reconocidas por otros colectivos que forman parte de la lucha feminista. Ese reconocimiento las ha llevado a ofrecer sus productos en espacios alternativos, lo que les permite obtener pedidos en diversos puntos de la ciudad de México. La garantía de los alimentos que ellas producen, las ha llevado a posicionarse dentro del mercado local.

El colectivo mujeres de la tierra es un ejemplo de cómo la sororidad permite el reconocimiento de la violencia local, que la dependencia económica de las mujeres comienza a desvanecerse y que la violencia disfrazada de amor ha dejado de ser un asunto personal para convertirse en un debate colectivo y feminista.

Ojalá que las integrantes que forman parte del colectivo Mujeres de la tierra, Mujeres de la periferia sean un ejemplo para otras mujeres, que al igual que ellas todas seamos las mujeres de las malas ideas.